Me cago en mi madre

Para integrarse en una tierra hay que dominar no sólo su lengua, sino los dejes, dichos y expresiones propias del lugar. En Cádiz, por ejemplo, no tenemos un idioma reconocido distinto del castellano, pero nuestra forma de hablar tan peculiar delataría al mejor imitador de acentos. Allí, muchas de las palabras que en otras geografrías se consideran insultos, son auténticos elogios dependiendo del contexto.

El tema de la lengua es obviamente más complejo en Asturias, pero en lo referente a cagamentos o palabras mal sonantes, hay una expresión muy extendida que delata a oriundos y sorprende a foráneos: “me cago en mi madre”.

Sí, lo habéis leído bien. A los asturianos que seguís este blog os sonará de lo más normal, pero a los lectores de allende Pajares os dejará de piedra.

En Asturias se cagan en su propia madre igual que en Cádiz te llaman hijoputa, por eso no debería causarme reticencias. Pero hay una diferencia fundamental que me frena y me impide adoptar este rasgo asturianizante: cuando llamas a uno hijoputa con todo el cariño (o no), en caso de duda la madre aludida es la del otro. Diferencia simple pero fundamental. Cuando te cagas en tu madre, es en TU propia madre, la que te dio la vida, la que te crió y te cuidó.

Me cago en MI madre (pronunciado “cagon mi madre”).

Ese MI es el que se me atraganta. Supongo que es algo intuitivo. Ese MI va contra natura, porque atentar contra la madre es como atentar contra la propia vida. No quiero decir que los asturianos no respeten a sus madres, ni mucho menos, sólo trato de encontrar el motivo que me frena para poder vencerlo.

Además, cuando llamo hijoputa a alguien no visualizo a su madre, aunque la conozca. Pero si intento decir me cagon mi madre la veo a ella, me imagino su cara de enfado y decepción preguntándome: “Alejandro, hijo mío, ¿por qué me haces esto?”

Supongo que es algo que va en la educación o en los genes.

Para ayudarme a superar esta prueba algunos amigos me han recomendado que le pierda el respeto a la expresión (no a mi madre) y que lo vea como un simple latiguillo. Osea, como el osea de los pijos.

Otros me han propuesto que piense en todo lo contrario, que lo vea como el cagamento supremo, como la mayor de las blasfemias en la que pones a tu madre a la altura del mismísimo sumo hacedor. En definitiva, como la manera de elevar a tu madre a los altares.

Sinceramente, no sé si alguna de las dos tácticas me va a servir de ayuda. ¿A qué me voy a estancar aquí?, ¿a que no voy a conseguir superar la prueba?

¡Pues me cagon mi madre!

Lo conseguí.

Mens asturiana in corpore asturiano

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Siguiendo el postulado de la sabiduría clásica que propone una armónica conexión entre cuerpo y mente, me vi atraido por este evento que descubrí en Internet y que tendría lugar en la mítica localidad de Mieres, uno de los epicentros de la Asturias minera, borracha y dinamitera (esto último lo digo con todo mi respeto por las gentes de la mina, quienes según tengo entendido difunden y defienden el dicho).

Comprenderéis que para un gaditano la sola alusión a los deportes tradicionales asturianos resulta llamativa y un tanto desconcertante. En Cádiz, la asociación de los términos “deporte” y “asturianos” remite únicamente a Fernando Alonso y al Sporting.

Sabiendo que en el País Vasco parten troncos y levantan piedras, esperaba encontrarme con algo similar: carreras con madreñas, levantamiento de terneras, descenso de rápidos a nado, competiciones de ordeñado, de siega con guadaña, etc.

Lo cierto es que una vez en Mieres apenas había una carpa a oscuras y lo primero que me ofrecieron fue una peonza, ¡¿la peonza deporte tradicional asturiano?! Tengo que investigarlo, porque si es así, se trataría de una de las mayores aportaciones de esta tierra a la cultura universal.

Sí había en cambio un juego de la rana, desconocido para mí y en el que demostré gran destreza, haciéndole tragar al anfibio la moneda en más de una ocasión.

El otro deporte que me pareció original fue la carrera de panolles, que consistía en recoger unos troncos del suelo y llevarlos a un cesto, tal y como véis en el vídeo.

Una vez más volvió a quedar patente mi poderío y mi natural predisposición hacia los deportes tradicionales, en la carrera que disputé contra uno de mis cámaras acompañantes. Mi victoria fue apabullante, en lo que considero una especie de venganza por su mutismo durante la grabación del triste episodio de los oricios.

Si bien le gané con holgura, la revisión del vídeo delata que mi victoria debió ser aún más holgada, ¡¿habéis visto que jeta?! ¿Esto se hace entre asturianos, o sólo se les hace a los foriatos llegados del sur?. “La trampa rescampla“, gritó uno que había por allí. ¿Alguien sabe que significa?

En resumen, ya os he dicho que no pude sacarle todo el partido que me hubiera gustado a la excursión a Mieres, pero me ha puesto en la pista de toda una serie de juegos y divertimentos tradicionales a los que puedo prestar atención para tener un corpore asturiano en mens asturiana. De entre todos ellos destacan los bolos asturianos, y ya me he puesto en contacto con una peña para que me enseñen y hagan de mí todo un campeón.

Os lo iré contando.

A la mar fui por castañas.

Con la llegada de noviembre se celebran por todo el mundo diferentes fiestas de similar y tenebrosa temática. La más conocida es Halloween, que algunos repudian por su asociación con la cultura consumista americana y la tachan de fiesta importada, cuando en realidad puede que sea al revés, ya que fueron los americanos los que la importaron (como casi todo en su jovencísima cultura) de otro tipo de ritos que se daban en toda Europa.

El origen del Halloween hay que buscarlo en los pueblos celtas y en sus noches de brujas y de difuntos, que coincide también, y no es casualidad, con la celebración o festividad (no sé si es muy adecuado llamarlo así) cristiana del 1 de noviembre.

Y lo que es más sorprendente, indagando sobre el tema he descubierto que la caracterización de calabazas y los sustos varios se ha venido dando en Asturias, desde tiempos inmemoriales, tal y como expone el erudito Xandru Fernández en este post.

“Lo de las calabazas acalaveradas ha sido un viaje de ida y vuelta: un ornamento de la víspera de Todos los Santos muy normal y muy corriente en las aldeas asturianas hasta hace medio siglo más o menos. Desaparecieron durante unas décadas y volvieron gracias a la televisión. También los disfraces y el pedir a la puerta de las casas: costumbre aldeana que había que extinguir y extinguimos, hasta que América nos enseñó a ser aldeanos con glamour y perdimos los complejos.”

Pero al grano que me voy del tema. A todo esto en Asturias se une la peculiaridad de que es el momento de recogida de las manzanas con las que se hace la sidra.

Al igual que en la recogida de la oliva en Andalucía, para facilitar la tarea se ponen unas redes o mallas en el suelo, motivo por el cual a este proceso aquí se conoce como mallado, o mallar, según me explicaron mis sabios compañeros y ayudantes. Y se celebra bebiendo la sidra y tomando castañas, en lo que lo que unos llaman magüestu y otros amagüestu. Yo procuro decirlo rápido para que no se note la diferencia y no polemizar con unos ni con otros.

El otro día me invitaron a un a/magüestu pero me pusieron deberes. Me responsabilizaron de llevar las viandas, con la vaga e inconsistente excusa de que todo se aprende mejor experimentando. Y de que si me quiero asturianizar tenía que sufrir en mis carnes la punzante textura de los oricios.

– Aquí debo hacer un inciso para aclarar que en Asturias se denominan oricios a los erizos de mar. Y que quizá por su similar aspecto, también reciben el mismo nombre las cápsulas de pinchos que recubren las castañas. –

Este comentario, unido a mi natural desconocimiento de la fiesta del a/magüestu, a mi lejana relación con las castañas y con algunos usos particulares del léxico astur, provocó la confusión que habéis podido ver en el vídeo y que tanto recochineo está suscitando a mi alrededor .

Tras mucho discutir sobre el tema no me queda más remedio que descartar la mala fe y asumir que quizá (sólo quizá) fui yo el que se hizo un lío y no lo entendió bien. Quienes me invitaron argumentan que no tenía sentido enviarme a por oricios en vez de a por castañas.

Pero sin ánimo de eludir mi responsabilidad yo me pregunto, ¿acaso no es tentar a la confusión ponerles el mismo nombre a dos cosas tan sumamente parecidas? El buen sentido invita a lo opuesto. Precisamente por parecerse tanto necesitan denominaciones bien diferenciadas. Lo contrario es como tener gemelos y llamarles igual. Ese es al menos mi parecer.

Luego me enteré de que también se los conoce como agarrapieyos, uso con el cual se hubiera evitado la bochornosa escena en la Pescadería Cholo (a quienes agradezco su permiso para grabar y su eterna paciencia).

Aunque de todos es sabido que la mezcla de oricios y sidra no es mala en absoluto, no se puede considerar estrictamente un a/magüestu. En el a/magüestu se bebe sidra dulce (muy buena para la diarrea, interprétese esto como se quiera) y castañas asadas, preferiblemente en el tambor desmontado de una lavadora.

Toda una experiencia que espero repetir y documentar en sucesivos post.

Hasta entonces me despido con un consejo para mis lectores foriatos (no asturianos): los a/magüestos siempre con castañas.

El que escancia no come.

En los últimos post os hablé de la relación de los asturianos con la sidra y os mostré mis primeros pasos como escanciador. Quería imponerme el reto de ser el superescanciador, el que siempre la echa en todos eventos y celebraciones.

Parecía interesante, parecía incluso fácil, pero muchas veces las cosas no son como parecen y tras probarlo unos días he llegado a la conclusión de que ésta no es la mejor forma de asturianizarse.

Los motivos son variados: un chorro de sidra es la cosa más inestable y bailarina que te puedas echar a la cara, tal y como puede comprobar tras echármela a la cara en un par de ocasiones. Si las cascadas fueran de sidra, en vez de caer recto caerían haciendo meandros. Por no hablar de las ráfagas de brisa cuando se escancia outdoor, que me hacen recordar y valorar los sabios consejos de los marinos con respecto al orín y el esputo a contra viento.

Conclusión, en cuanto subo la botella por encima de los hombros no hay manera de hacer caer una gota dentro del vaso. Es desesperante, la sidra corre por el suelo, por las mangas de mi camisa, por mi pelo, y lo que yo creí que servía para reciclar la sidra (lo llaman duerno), sirve solamente para no ensuciar el suelo. Así que he echado a perder litros y litros durante días de entrenamiento con fuego real.

Pitorro e Isidrin, perfectos para el "self service"

Pitorro e Isidrin, perfectos para el “self service”

Pero lo que definitivamente me ha hecho renunciar al reto es descubrir que escanciar no es tan importante para los asturianos.

Escanciar no es un privilegio, es un marrón.

Yo pensaba que en un grupo de amigos el escanciador era el protagonista, el amo del cotarro, el que corta el bacalao, el mocín de la película, vamos, como el que toca la guitarra. Pero no, el escanciador es casi siempre el que hace lo que los demás no quieren hacer.

Échala tú, que lo haces mejor o, échala tú que estás más cerca de la botella, no son sino formas más o menos elegantes de quitarse el marrón de encima.

¿Cómo he llegado a esta conclusión? Pues primero poco a poco, pero el colmo fue cuando quedamos un grupo de 8 personas, entre amigos, parejas y uno de Candás que apareció por allí, no se muy bien cómo ni por qué.

Aunque todavía con un estilo poco ortodoxo y sin levantar el brazo más allá de lo que levanto la ceja, me decidí a ser yo de nuevo el escanciador, y entre tanto echar sidra mientras los demás comían, ¡no probé ni el rebozao de un calamar!

Así que, parafraseando a Unamuno, que escancien ellos. 

Lo cual no quiere decir que ceje en mi empeño. Sigo buscando nuevos retos.

Máster Sidra: la importancia del rictus.

Contaba en el anterior post que creo haber encontrado ese ejercicio que me ayude a meterme en el papel de asturiano: convertirme en el escanciador oficial y oficioso de cualquier festejo acompañado de sidra al que asista, cosa que como ya expliqué, ocurre y ocurrirá con desmedida e inusitada frecuencia.

Para poner en marcha mi reto decidí empezar buscando ayuda profesional. Porque una cosa es echar sidra al tun tun y otra cosa es hacerlo como lo hacen los auténticos chigreros, los primeros espadas del escanciado, los reyes de la sidra, los magos de la burbuja y el carbónico.

Para ello les pedí referencias a mis dos cómplices. Quería que me presentaran a algún escanciador adalid de la asturianía y efectivamente me ayudaron… a su manera.

Superada la desconcertante primera impresión, lo cierto es que ambos maestros no decepcionaron mis espectativas:

– Muy fácil: pones la botella arriba, el vasu abajo, y echas la sidra que caiga dentro.

¡Ole tu gracia! A veces el laconismo socarrón de los “asturianos” anula la legendaria capacidad que tenemos los gaditanos de enredar las palabras y hacer de todo chirigota. Ésta fue una de ellas. Pero insistiendo paciente y caballerosamente logré que me dieran algunas pautas para alcanzar el escanciado puro y auténtico.

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Os resumo las menos evidentes y desconocidas para mí:

  • Para que la sidra restalle y se produzca la ruptura que la convierte en una burbujeante explosión de aromas, la sidra ha de golpear contra el borde del vaso, quiero con ello decir que no basta con elevar la botella y servir como los venanciadores de vino de Jerez cuando hacen una cata (se toma vino fino en Asturias?),  sino que hay que ladear el vaso hasta casi la perpendicular con respecto al chorro.
  • Al contrario de lo que se podría intuir, no se trata de acertar con la sidra en el vaso, ¡sino de acertar con el vaso en la sidra! Esto puede sonar desconcertante a priori, pero una vez enredado en el arte del tirado, uno descubre que es muchísimo más fácil y lógico buscar la sidra con el vaso que hacerlo a la inversa, ya que mover la botella provoca unas oscilaciones en el chorro que lo hacen indomable. Esto implica que hay que iniciar el proceso con decisión y sangre fría, lanzando el chorro a su suerte y sin contemplaciones, sin mirar siquiera hacia la botella. Y una vez que el chorro vuela en caída libre, llevar el vaso a dónde ésta aterriza. Esto último ha de hacerse de oído, porque el buen escanciador, el recto, el señorial, jamás mira al vaso. Ni al vaso, ni a nada ni a nadie.
  • Por último, y aunque esto no me explicaron mis maestros, es indispensable mantener un rictus inexpresivo y casi malhumorado: cara de perro. Nada de afable sonrisa y gesto amable. Al contrario, quien recibe el vaso tiene que percibir desdén, desinterés, desprecio, casi casi odio; intuir que lo mismo que le estás poniendo sidra podrías estar clavándole un picahielos en el intercostal y luego haciendo palanca. Esto puede ser lo que más tenga que ensayar para compensar la natural simpatía con que hemos sido dotados los oriundos de Cádiz.

También me han recomendado que haga prácticas en la ducha de mi casa con una botella llena de agua, pero lo descarto por ridículo e innecesario. Hasta ahí podríamos llegar.

* Muchas gracias a Salam y a Nicolai, que pese a sus orígenes son auténticos escanciadores de primera. Y a las sidrerías Ataulfo y Cabranes por permitirme tomar y grabar las lecciones en sus locales.

Asturias es el único sitio donde sientes vergüenza pidiendo cerveza.

botella-sidraEl otro día fui, como tantas otras veces desde que habito en tierras astures, a tomar sidra con unos compañeros. No es algo que me pille de nuevas ni mucho menos. En el poco tiempo que llevo aquí lo de ir a tomar sidra se ha convertido en esa constante invariable e infalible que me impide olvidarme de dónde estoy.

Tenía yo una imagen idealizada de la sidra, como la que supongo que tienen la mayoría de quienes no han estado en Asturias. Pensaba yo (en mi desconocimiento justificado por esos más de 1000 km. que separan mi Cádiz natal de la tierra de Jovellanos) que el asturiano escanciando sidra era un icono de la cultura local, una imagen llena de tipismo, pero más folclórica que real y cotidiana, vamos, como la gitanilla de traje de lunares rojos y el torero en pleno pase de pecho. Pensaba yo que ir a tomar sidra era como ir a un tablao o a una corrida de toros, algo muy típico pero que se hace sólo de vez en cuando, en contados días festivos y feriados.

Recuerdo la primera vez que me hablaron de ir a tomar sidra (fue exactamente mi primer día en Gijón, nada más llegar) y pensé (ingenuo) que era un acontecimiento excepcional, una deferencia hacia el hombre llegado del sur, un acto de homenaje y bienvenida propio de la cordialidad de las buenas gentes del norte. Pero no. De excepcional na de na.

Enseguida me di cuenta de que lo de los asturianos por la sidra es auténtica devoción. Una entrega y fervor similares a las de los costaleros sevillanos o a la de los rocieros, sólo que ésta dura todo el año.

Ellos no se dan cuenta porque lo tienen muy asumido, pero Asturias es el único lugar del mundo en el que me he sentido raro pidiendo una cerveza.

Y al igual que hay fieles de misa de domingo y fieles de misa de diario, aquí  hay gente que bebe sidra los fines de semana y gente que parece haber renunciado al agua. De este segundo tipo son algunos de mis amigos con los que, retomando el inicio de este post, estuve tomando sidra.

– ¡Que la eche el foriato! – foriato significa extranjero, vamos, que querían que la echase yo.

Para mí siempre es un orgullo y una deferencia que me elijan como maestro de ceremonias y repartidor del preciado brebaje, pero siempre he devuelto la cortesía cediéndole el puesto a quienes seguro lo saben hacer mejor que yo.

Pero esta vez, inmerso como estoy en mi proceso asturianizante, accedí a ser el escanciador invitado. Aunque a mi juicio lo hice bastante bien, los demás me recriminaron que de la botella con la que me dejaron experimentar salieron apenas tres culillos de sidra, imbebibles según mis exigentes compañeros. Se quejaron de que la sidra no había roto contra el vaso, de que no tenía burbujas y del mal reparto de las porciones, pues así como el último de los tres apenas igualaba el volumen de un escupitajo, el segundo mediaba el vaso. Me recordaron a determinados aficionados taurinos, que siempre están con que si el toro no embiste, el torero no se arrima, la banda desafina…

Pero se quejaron sobre todo de que gran parte de la sidra que no cayó en su deseado receptáculo fue a parar a la chaqueta de uno de ellos, responsabilidad única, a mi modo de ver, de quien imprudentemente la dejó depositada en el banco junto al que yo maniobraba.

Y aún así la experiencia fue muy positiva porque he encontrado el reto que estaba buscando. Ese factor asturianizante que me ayude e integrarme mejor en el papel de buen asturiano:

Convertirme en el escanciador oficial en todos  los próximos meses. A partir de ahora, vaya con quién vaya, seré yo el encargado de servir la sidra.

Tendré que mejorar, no digo que no, pero los motivos que justifican esta decisión son variados:

  • La sidra es un símbolo de Asturias, un líquido que corre por sus venas como la sangre de la tierra.
  • Escanciar no es sólo servir bebida, por el contrario exige la adopción de un rictus característico, no exento de mística: mirada al frente, gesto austero (casi encabronado, diría yo), cuerpo estirado y pose orgullosa (casi encabronada, insistiría yo).
  • Las dificultades técnicas están a mi alcance y en cualquier caso se suele poner una especie de medio tonel debajo del escanciador, imagino que para recoger y reciclar la que se despista allende los confines del vidrio.

Estoy convencido de que tras unos meses de escanciado masivo conseguiré empaparme, no sólo de sidra, sino del espíritu asturiano y con ello estar más cerca de entenderles y adoptar el papel de hijo de esta tierra.

En adelante iré contando como evoluciono en mi reto.

Viacrucis con madreñes y sin zapatillas

Cuando la  tormenta está lejos primero se ve el relámpago y segundos después se escucha el trueno. No sé si existe un término en bable para denominar este singular efecto, pero yo siempre lo he llamado retardo. Pues bien, este blog también tiene un poco de retardo. Las cosas no las publico el mismo día en que ocurren (lógicamente) y los comentarios también los veo con retardo, a veces esa noche, o al día siguiente.

Y por culpa del retardo, de mi propia ignorancia y del silencio administrativo de mis ayudantes, he tenido que abandonar el reto de llevar madreñes como calzado habitual. La causa es sencilla y por lo visto en Asturias lo sabe todo el mundo: les madreñes se llevan con zapatillas de andar por casa dentro.

Ahora que lo sé parece evidente, pero nunca me había fijado en el detalle y lo normal era pensar que el kit se vendiese completo. Es decir, si les madreñes se llevan sí o sí con zapatillas, ¿por qué no se venden ya con la zapatilla convenientemente adaptada? Es como vender unas tenis sin plantilla, la gorra sin visera o el abrigo con el forro aparte.

Además sería más fácil elegir el número y se evitaría que un gaditano bienintencionado como yo terminase con los pies hechos un Cristo… Sí amigos, aunque me llegaron varias advertencias no las supe atender, y en un solo día de reto asturianizante me han salido unas rozaduras tremendas, especialmente en el pie derecho. ¿Se podría acusar a mis cámaras de omisión de socorro en su variante de silencio doloso? Es probable que sí.

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Los hechos fueron como sigue: tal como tenía planificado estuve practicando con les madreñes en casa (ahora ya sé que son les madreñes) antes de salir a la calle. Como llevan tacos de goma no me preocupaba estropear el suelo. Pese a llevar dos pares de calcetines gordos, unos de lana gruesa que rescaté de casa de mi abuela y unas medias de fútbol, las molestias eran evidentes. Pese a todo no cejé en mi empeño y decidí salir por Gijón con ellas para hacer unos recados por el centro y luego tomar algo con los amigos. Incluso me di un baño en la playa. Los escozores con el agua salada me dieron los primeros indicios de que aquello no iba por buen camino. Pero no me rendí.

Aunque la incomodidad era grande pensé que era cuestión de acostumbrarse, pero lo que empezó siendo incomodidad pasó a ser molestia, de molestia a dolor, y de dolor a auténtico martirio, hasta que di por terminada mi aventura madreñil.

Ojo, abandono les madreñes pero no abandono mi propósito. Al menos me ha servido para descubrir que sois buena gente, que los que me ayudan a grabar no lo son, y que andar con madreñes por la ciudad es una auténtica gilipollez, para qué nos vamos a engañar, como queda demostrado en las imágenes grabadas por Gijón y elocuentemente sonorizadas.

Ahora tendré que deshacerme de ellas. Quizá las ponga a la venta en Ebay. Están como nuevas, sin rastros de sangre y en condiciones de pisar muchu cuchu, como dice Raúl. Os avisaré por si queréis pujar por ellas. No es ninguna tontería, quizá algún día valgan millones.

* Que nadie se asuste, pese a la aparente crudeza de las imágenes sólo tengo unas rozaduras que curé con Betadine.

En busca de la madreñe perdida

Contaba en el anterior post que ya tengo un reto decidido para mi operación asturanizante:

Usar madreñes como calzado habitual durante los próximos 6 meses.

Así que me puse manos a la obra.

Lo primero fue conseguirlas. Pese a ser un calzado típico y muy popular no es fácil encontrar madreñes. Pregunté en varias zapaterías, pero nada. Por el contrario, me miraban como si estuviese pidiendo algo raro.

– ¡¡¿Madreñes?!! Aquí no.

Entonces dónde, ¿acaso no son las madreñes un calzado? ¿Y el calzado no se vende en las zapaterías?

Busqué también en varios centros comerciales: estuve en Parque Principado, en El Corte Inglés de Gijón, en el de Oviedo, miré en Carrefour, pregunté hasta en Alimerka (la desesperación). Pero nada. Como si las madreñes fuese algo que no existiera.

Paseando por Oviedo vi unas muy vistosas en un escaparate, pero resultó ser una tienda de decoración y eran madreñes decorativas, para utilizarlas como macetas.

“A lo mejor hay que pedirlas por Internet” pensé. Pero descarté rápidamente la idea por abusurda. Una cosa es que las aldeas no sean como en los anuncios de Litoral y otra cosa es que la única forma de hacerse con los utensilios de labor y labranza sea a través de la red.

Al final di con unas en una cooperativa que hay a las afueras de Gijón.

comprando-madrenesCompré un número abundante para poder llevarlas con calcetines gordos y que no me salgan rozaduras, al menos al principio. Las había negras y blancas. Las negras soportan mejor la suciedad, son más discretas,  incluso masculinas, y es probable que sean más fáciles de combinar, pero al final me decidí por las blancas porque me vía mejor con ellas, me parecieron más elegantes para andar por la ciudad y porque el color madera me parece más auténtico.

Os dejo un trozo del vídeo que grabamos durante la compra y en el que queda patente que la única regla que les pedí a mis camaradas cámaras (la de mantener silencio y no interferir en el devenir de mi experimento), ha sido descaradamente ignorada.

Antes de salir a la calle con ellas voy a utilizarlas un poco  por casa para ir haciendo el pie, con cuidado de no destrozar la tarima flotante y hundirme en ella.

Pronto comentaré mi vida con madreñes, pero de momento he de confesar que son realmente incómodas, y que pese a usar calcetines bien gordos (he tenido que recurrir incluso a superponer dos pares) tengo los pies bastante doloridos por las rozaduras.

Espero hacer callo pronto y contarlo aquí.

Las madreñes: hórreos para los pies.

Uno de estos fines de semana les propuse a mis amigos/colaboradores hacer una excursión en coche. Tenía yo interés en visitar los pueblos donde habitan los campesinos que se alimentan de la leche que dan sus propias vacas y de las hortalizas que cultivan con sus propias manos. Esas idílicas aldeas de montaña que tantas veces he visto reflejadas en los anuncios de Litoral y a las que la civilización parece resistirse en llegar. Yo señalé algunos puntos a en el mapa, no muy lejanos, pero que me parecía que podían encajar: La Felguera, Pruvia, Tineo o Colunga, pero dejé que ellos me propusieran.

Me dijeron que genial, que si el tiempo no estaba feo podíamos movernos un poco y que ellos marcaban el itinerario, pero me alertaron de que fuera preparado con linterna y puñal de monte, que de las bengalas y la provisión de víveres se encargaban ellos. Me quedé un tanto preocupado con este último comentario, sin descartar la opción de que fuese una burla (como evidentemente resultó ser) pero con la eterna duda de pensar “¿y si no lo es?”.

No siempre es fácil captar el sentido del humor de estos asturianos porque muchas veces dicen las bromas completamente en serio, sin recrearse en la chanza y sin aportarle un ápice de vis cómica. Y claro, eso despista a cualquiera y más aún a un gaditano, que  somos todo lo contrario.

(Cuando los gaditanos bromeamos lo hacemos de manera teatral y sobreactuada. Y ahora que lo miro en perspectiva, es posible que hagamos lo mismo cuando hablamos en serio. A lo mejor por eso también nos toman a coña cuando no corresponde. Lo que se aprende viajando…)

Un sábado, aprovechando que hacía buen tiempo, nos pusimos en ruta.

Estuvimos visitando algunos pueblos típicos del interior de Asturias. Nos movimos por lo que llaman cuenca del Nalón, por hermosos pueblos y aldeas con nombres que no puedo recordar, pero a los que efectivamente ha llegado la luz, incluso Internet.

Pero lo que me llamó poderosamente la atención y se convirtió en la gran revelación de este viaje cuasi iniciático fue el descubrimiento de las madreñes.

Las madreñes son un típico calzado de madera parecido a los zuecos de las postales holandesas, sólo que aquí las siguen utilizando a diario. De alguna manera viene a ser lo que en Cádiz es la chancla de toda la vida, pero con un innegable y ancestral encanto.

En realidad las madreñes están diseñadas para flotar por encima del engrudo que forman el barro con los excrementos de vacuno (aquí cuchu) sin ensuciarse los pies. Y he observado que su fundamento es similar al de los hórreos, pues tienen cuatro tacos que, a modo de columnas, elevan a la persona por encima de sus circunstancias: un hovercraft de aldea. 

Pero también he observado que los aldeanos y aldeanas las llevan todo el día en sus quehaceres dentro y fuera de la cuadra, y que caminan con ellas sin dificultad por las aceras y el asfalto. Así que muy incómodas no deben ser, pese a su apariencia tosca y poco flexible.

madreñes, muyeres, asturies

Foto de Annemarie Vanloenen, bajo licencia Creative Commons

Así que me dije: “ya está, me compro un buen par y las utilizo como calzado de diario durante una temporada”.

Es un utensilio muy típico de la Asturias rural y auténtica, con lo que utilizarlas de manera intensiva me puede otorgar ese plus asturianizante que necesito, para alcanzar mi objetivo. Salgo a buscar unas bien cómodas.